En el artículo pasado escribí sobre algunas maneras que tenemos de desconectarnos de nosotros mismos, de nuestro sentir. Pero no expliqué qué pasa si no estamos conectados, qué consecuencias tiene en nuestra vida, en nuestro día a día. Profundizar en esto me parece básico porque muchos solemos quitarle importancia a temas transcendentales para nosotros y sólo explorando sus consecuencias en nuestra vida podemos motivarnos para dejar de alimentar esos comportamientos que nos separan de nosotros mismos.
Renuncio a lo que quiero y siento de verdad
Al desconectarte de tus sentimientos, de la pena por haber perdido algo o de la rabia por haber sido agredido, desconectas también de tus necesidades y deseos. Imagínate que estás triste y te desconectas de esa tristeza (algo bastante habitual, dicho sea de paso) ¿Qué pasa con tu necesidad de llorar, de ser acogido, de recluirte en ti mismo…? Sí estás rabioso con alguien y te desconectas de esa rabia, ¿qué pasa por ejemplo con tu necesidad de ponerle límites a esa agresión? Si te desconectas de tu sed, dejas de buscar el agua que te sacie. Esto también ocurre a nivel más profundo, al desconectarte de ti mismo lo haces también de tus sueños, de tus capacidades y dones, de cómo puedes satisfacerte en la vida.
No respeto mis límites propios
En consulta veo muchas personas desconectadas de su cansancio, de su sensación de saciedad al comer, de cómo mantiene relaciones en las que no se sienten satisfechos. Si te desconectas de ti mismo también es fácil que te hagas lesiones fácilmente, que comas en exceso o mal, que te resfríes más… Y todo esto es porque el contacto con nuestro cuerpo, con nuestras emociones es la guía básica para mantenernos en la vida, para saber si estamos cansados, hambrientos, si algo nos ha sentado mal. Así que si te desconectas, es muy fácil que te pases esos límites a la primera de cambio.
Me hago dependiente
Sí como lo oyes, cuanto más te desconectas de ti mismo, más dependiente te haces de fuera, de lo que deberías hacer, de las expectativas de los demás. Esto es porque te pierdes de tu propia referencia interna y necesitas entonces aferrarte a algo. Por ejemplo, si comienzas a hacer running , el ignorar o quitarle importancia a tus sensaciones físicas, te hará mucho más dependiente de las instrucciones de un libro, opinión de un amigo o incluso de un profesional; dejando de tener en cuenta tu cansancio, tus dolores y demás sensaciones físicas. Si no miras hacia dentro necesitas mirar más hacia fuera.
Más superficialidad y menos intimidad
Si te desconectas de lo que sientes difícilmente los demás te sentirán cercano. ¿Cómo te van a sentir cerca si tú mismo estás lejos de ti? Fíjate como te has sentido al encontrarte con alguien que está muy conectado consigo mismo, ¿qué te pasa cuando alguien es honesto con cómo se siente? ¿Y qué te pasa cuando estás con alguien desconectado de su sentir? Ten en cuenta que al desconectarte te ‘mecanizas’, te conviertes en alguien sin sentimientos, sin necesidades ni deseos y miras a los demás también desde ahí.
El sentimiento de vacío interno: Vidas menos ricas
Como ya dije en el artículo anterior, desconectarse de uno mismo es una manera de no vivir plenamente ciertas emociones y vivencias que nos son desagradables, que no aceptamos. Pero al apagar unas emociones, nos apagamos emocionalmente en todas las direcciones. Nuestra vida deja de ser intensa y comienza a aplanarse, la sensación de vacío, de falta, de carencia nos va penetrando poco a poco. Piensa en los niños en general, la vitalidad que tienen, como lo viven todo con intensidad. En general sus vidas son más plenas porque están más conectados con su sentir y lo expresan, son más auténticos. Los adultos en cambio hemos aprendido a temer a nuestras emociones, a nuestras necesidades y como defensa nos hemos desconectado de ellas para hacer lo que toca, pero el precio que pagamos es alto.