Nos solemos fijar en que fulanito o menganito “no se entrega” en tal o cual relación. O incluso en la dificultad propia de entregarnos al otro. En este sentido, decimos frases como “es que no quiero comprometerme”, “quiere ser libre”, “va a su bola”… Pero poco, o mejor dicho nada, nos damos cuenta de cómo nos entregamos amorosamente a nosotros mismos. A algunos este concepto os puede resultar raro o incluso “cursi”, pero nada más lejos de la realidad, es una de las claves de la felicidad en la vida y de tener unas buenas relaciones nutritivas; en los siguientes puntos veremos por qué.
¿Qué es la entrega amorosa a sí mismo?
La entrega amorosa a sí mismo es la base de la autoestima. Consiste en tomar las propias necesidades genuinas y los deseos como importantes, validarlos, hacerlos presentes de cara a uno y poner energía en satisfacerlos de la mejor manera posible. Es decir, me entrego amorosamente a mi, si conecto con lo que siento y necesito, le doy importancia y hago las acciones necesarias que estén en mi mano para satisfacerlas. De esta manera, cuando me entrego a mí, estoy considerándome importante y valiosa: «lo que sale de mí es válido, es bueno e importante». Entregarse a uno mismo, es abrir el corazón a lo que viene de dentro y darle un lugar en la vida. Algunos pensaréis que así las personas se vuelven caprichosas y egoístas, pero justamente suele ser al contrario, lo explico en el siguiente apartado.
Si no me entrego a mí mismo, no lo puedo hacer a los demás
Tal como expliqué en el artículo sobre el egoísmo, si no me entrego a mí misma, es imposible que lo haga a los demás. ¿Cómo puedo abrir mi corazón a otra persona si soy incapaz de hacerlo conmigo misma? Si no sé lo que quiero o no le doy importancia jamás podré contactar de una manera plena con nadie, puesto que estaré en una simulación de querer complacer al otro y/o esperar que el otro me complazca a mí. En cambio, si me entrego a mí mismo, a lo que siento y lo pongo en juego, le estoy mostrando al otro mis cartas, quién soy como soy, qué quiero…En definitiva, ¡me estoy abriendo al otro de verdad!
¿Cómo llevarla a cabo? Sanando heridas
Personalmente creo que desde la psicología y la autoayuda nos han confundido bastante con esta idea ilusa de que para quererse a uno mismo basta con decirse cosas bonitas y así tendremos una autoestima estupenda. Mi experiencia de todos estos años como terapeuta me ha demostrado que no nos entregamos, que no abrimos nuestro corazón porque hemos recibido “palos”, castigos que nos han dolido y como estrategia para no sentir el dolor hemos decido cerrarnos, dejar de tenernos en cuenta. El problema es que así vivimos la vida en una especie de sucedáneo emocional, en el que estamos distantes de lo que realmente sentimos, necesitamos, queremos; y nos distraemos con juegos y papeles, con sufrimiento inútil, desconexión emocional… Por lo tanto, la única vía que conozco para abrir nuestro corazón es ir sanando muy poco a poco nuestra heridas, para que cada vez nos vayamos abriendo de manera gradual a nosotros mismos, a la vida en definitiva.
Recuperando el sentir, el querer y deseo propios
La mejor manera de sanar heridas es darme pequeños permisos que hasta ahora no me daba. Ejemplo, si en mi familia no podía mostrar mi enfado, ahora poder permitírmelo en algún círculo de confianza es un gran paso. Empezar a notar esos impulsos que tengo ahí callados, ahogados y por lo menos darme cuenta que están ahí, que son míos y que son válidos. Y luego mostrarlos, permitir que se vean, que existan. De alguna manera estoy diciendo “Estoy aquí, existo, lo que a mí me pasa y quiero es importante”. Así como ya he dicho, me doy un lugar importante en mi vida, me abro a los demás, conecto con mis motivaciones vitales. La vida pues va siendo más intensa, me siento más complet@, mi centro de referencia soy yo e interactúo de manera más honesta con los demás. Y también, no nos olvidemos, hay más dolor y me siento más expuest@. Para mí merece la pena, ¿y para ti?